LOS OJITOS DE CLARA.

En el año 2013 y cursando mi primer curso de bachiller en el instituto Praxedes Mateo Sagasta, la profesora de Lengua y Literatura nos propuso realizar un cuento sin limitación alguna. He aquí el mío.

En una tarde de feria, de las de abril de Sevilla, entre palmas y compases, nacía entre llantos, en los brazos de su madre, Clara García. Aquel lunes abrileño, de 1903, carretas llenaban las calles, gitanos del buen vivir.

Mañanitas en las riberas, al paso del Guadalquivir, jugaba la niña sola entre rosas y jazmín.

Reflejo de aquel amor, su madre le lava el rostro, testigo no era su padre que infiel les abandonó. Ese padre ignorante, que de Sevilla se marchó, huyó de miedo, de temor, cuando su hija nació, La joven madre esperaba ante aquella situación, mientras Clara la miraba y lloraba de emoción.

Rendida a los pies de Triana, con siete años se observa, en el agua de aquel rio que en forma de espejo vibraba. Aclaraba sus ojitos, bajo esa hermosa mirada, ceñía su trenza al cuerpo y siempre preparada corriendo a los toros iba, vestida de gitana, donde un mozo la esperaba, sentado en la Maestranza. Los muchachos de aquella plaza, todos ellos la miraban y celosas las señoras de esta gitana guapa.

Paseaba en los caballos, que tiraban del carruaje, bailaban las flamencas y los gitanos con traje, dueños eran de su tierra que con aire y con salero, mostraban a este mundo su natural lenguaje.

Con trece años tan solo, Clara estaba enamorada, ciega de amor se sentía, por aquel chico, endulzada. Poco de acuerdo su madre, porque el mozo la ignoraba, pero Clara no se rendía porque fuerza le sobraba. Quería el chaval para ella, siete años mayor, cantaor de coplas era, el gitano de su amor. La Giralda era testigo, de aquel romance de dos, donde una lo quería y el otro ni s inmutó.

Después de tiempo esperando, Clara ya se cansó, al rio se fue llorando, como muestra de dolor. Sintió una mano en su rostro, que las lágrimas le secó, ella no abría los ojos porque ciega se quedó.

Aquel hombre era su amado, que entre la nada apareció, besó la mano de Clara y despacio susurró un poema tan bonito, que Clara se desmayó. El susto fue de su madre, que pensó que aquel chaval, había matado a su hija en un delito sexual.

La pena llegó después cuando ya no la miraba, se dio cuenta de que el amor le jugó una mala pasada.

Como no lo pudo ver, cohibida estaba Clara y sintió dentro de ella que de otro hombre se trataba. Le dijeron que ea Juan, el señor que le gustaba y juntos comenzaron, aquel amor que anhelaban. Para matanza de muchos, Clara pronto se casaba, ante la atenta mirada de su Virgen, La Esperanza. A los años de la boda, la pareja tuvo un niño, criado con mucho amor y con eterno cariño.

La hermosura de su madre, heredó también su hijo, la añoranza de su padre, porque Clara no veía los ojitos de ese niño que en silencio se dormía.

Clara regresó al río, cuya agua la vio crecer, y donde besó a su marido en aquel atardecer. Nunca ella imaginaba que aquella noche de marzo, bajo una fría señal la luna parecía cuarzo. Entre lágrimas y gritos, abandonó el mundo Clara, tras una cortina de humo, su alma ya volaba.

La tristeza de su gente en Sevilla se quedó y Clara subió al cielo, con su querido Señor. Su vida no fue fácil, pues la vista de joven perdió, deseo de aquella madre, felicidad para su hijo al que jamás conoció.

La enseñanza de eta cuento, simplemente es el amor, que los sentidos no importan, cuando existe el corazón.

-Rubén Castellanos Martínez-


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